MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

24-12-2016

Con el corazón hecho pedazos

Con el corazon hecho pedazos

El dolor nos hace tomar malas decisiones. El miedo al dolor es casi igual de grande como motivador.

Dr. House

Si cuando nacemos alguien nos dijera que ese profundo dolor que acabamos de sentir es porque los pulmones se llenaron de aire, muy probablemente buena parte de nosotros moriríamos tratando de esquivar esa sensación de mierda intentando dejar de respirar. Así de boludos podemos ser...

Cuando somos ese pedazo de carne que acaba de venir al mundo, con conexiones neuronales que hasta ahora no han tenido que esforzarse para nada, vaya y pase. Estuvimos 9 meses flotando en el vientre de mamá, con un tubo que nos alimentaba todo el tiempo, en temperatura constante, sin tener que hacer el mínimo esfuerzo para nada. Poco podemos haber aprendido en esos meses.

Por lo cual, en ese primer encuentro con el dolor, puede que pensemos que ya está, que ya pasó. Y que ése es todo el precio a pagar por haber visto la luz.

Al rato tenemos hambre y no entendemos nada. Otra vez dolor?

Tomamos la teta y se nos pasa. Dos minutos después, los gases nos retuercen el estómago. La puta madre, otra vez? Nos dan palmaditas en la espalda, eructitos y alivio. Pero al rato todo vuelve a empezar. Y con el tiempo empeora.

Nos salen los dientes, duele. Aprendemos a caminar, nos caemos de vez en cuando, duele. Empezamos a hablar, nos niegan algo, duele...

Epa! Qué pasa? Este dolor es diferente. Muy diferente. Pará. Este duele raro. Me angustia. Me da bronca. Me llena de impotencia.

La puta madre! Había otra forma de dolor, maldición. Y se siente peor. Y no hay antiespasmódico que lo mitigue. No hay gotitas que lo calmen ni nebulizador que nos descongestione el alma.

Todo se termina de pudrir cuando, ya carne adolescente, nos enamoramos por primera vez y se termina por primera vez…

La reputa madre! Había otra forma más de dolor. Intenso, angustiante, despedazador. Absolutamente interno. Mucho más poderoso que los otros, a juzgar por la cantidad de lágrimas que desbordan dando cuenta de lo pequeño de nuestro cuerpo, que no es capaz de mantenerlas adentro.

Por todo esto parecería bastante lógico que queramos esquivarlo todo lo que se pueda. Quién, en su sano juicio (los masoquistas no están en su sano juicio) no va a querer tratar de evitar al dolor?

Bueno… yo.

El dolor es parte de la vida. Y si lográs no enfrentarte nunca con él, te comprás dos problemas aún mayores que sufrir por un rato: no aprendés nunca cómo encararlo y te sumás a la lista de boludos que lloran cuando ven una vaca, sólo porque alguna vez se quemaron con leche.

Estoy totalmente convencido de que el dolor nos lleva a tomar malas decisiones. Porque es muy, pero muy difícil, pensar con claridad cuando te duele una muela; ni hablar cuando tenemos el alma partida en dos.

Pero en lo que no estoy de acuerdo con House es en que el miedo al dolor sea “casi” tan motivador como el dolor mismo. Yo creo que el miedo al dolor es peor. Mucho peor.

El miedo a sufrir te ata. Te condiciona. No te hace tomar malas decisiones; te hace no tomarlas. El miedo al dolor paraliza, no deja hacer, obstruye. Detiene.

No querer correr el riesgo de quemarse con leche te lleva a tomar el café solo a la mañana, a privarte de un rico chocolate en una tarde de invierno, un buen flan casero después de cenar.

Y a llorar en soledad en medio del campo como un tarado…

A nadie le gusta el dolor. A mí tampoco.

Pero no intento esquivarlo. No le huyo. Cuando viene, respiro hondo y lo encaro.

Más de una vez me llevó puesto y me dejó tirado en el piso por un buen rato, porque era mucho más grande que el ancho de mi pecho. Alguna vez me atravesó y me dejó juntando los pedazos.

En “Realmente amor”, para que su hijo se anime a encarar a una chica, Liam Neeson le dice al pibe algo así como “Andá, que te rompa el corazón”. Y el nene contesta:
–Está bien, papá. Hagámoslo. Vayamos a que esta mierda del amor nos patee el culo.

Yo elijo ser como ese chico.

Me quemé con leche? Por supuesto. Quién no?

Pero prefiero amar y que me rompan el corazón a quedarme solo en el campo llorando por miedo a sufrir.

Prefiero correr el riesgo,

prefiero amar,

prefiero vivir…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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