25-05-2018
El vino, tinto. La cerveza, amarga. Los cigarrillos, negros. Me gusta todo aquello que deja huella cuando pasa.
El autor
Por eso vuelvo. Porque es como era ella.
Un río que a veces tengo que ir a buscar porque retiró sus aguas muchos metros y me fuerza a un camino lleno de piedras entre el lodo. Y otras que viene a mí sin que yo tenga que hacer ningún esfuerzo...
Por eso vuelvo. Porque es como era ella.
Un lugar con rojizos atardeceres. Que me calman, me relajan, me hacen disfrutar de cada bocanada de aire que inspiro. Y amaneceres que me llenan de energía, de ganas, de alegría de estar vivo.
Por eso vuelvo. Porque es como era ella.
Un clima que ha sabido ser hostil algunas veces, pero que aún así nunca perdió su belleza, su encanto, su esencia. Y que ha desplegado frescas brisas en tórridos veranos, dándome el respiro que mi alma pedía a gritos.
Por eso siempre vuelvo.
Porque acá encuentro paz cuando eso quiero. Y emoción, cuando la anhelo. Porque este río me hace pasar por todos los matices afectivos aún en un mismo día.
Porque es como era ella.
Que me ha dado momentos de silencio, dejándome estar con la vista perdida en el horizonte, sintiéndome contenido, abrazado si se quiere, hasta acariciado por esa brisa matinal, mientras me pensaba, me conectaba conmigo, transformaba sueños en proyectos.
Y momentos de desbordante alegría, del “bailes del triunfo”, de sonoras carcajadas, como cuando luché con el dorado que finalmente pude pescar.
Por eso vuelvo siempre.
Porque este río es como era ella. Fluctuante, lleno de vida. Con hostiles lloviznas, fuertes tormentas y aguas desbordadas. Pero con serenas quietudes, cálidos soles y frescas noches junto al fuego.
Vuelvo porque me deslumbra con su reflejo en el agua cuando el sol se pone y me cobija con su noche cuando la luna sale. Como me ha deslumbrado ella con el color de su voz y me ha cobijado con cada “te amo” susurrado al oído.
Vuelvo porque este lugar me da el vino, el café y el habano. Me da el celeste del cielo, los verdes del bosque, el caoba de la cabaña. La picada y el pollo a la parrilla.
Vuelvo por el esplendor de su sol y el romanticismo de sus lluvias.
Vuelvo porque me lo da todo. Pasión y calma, lucha y descanso, dientes apretados y amplias sonrisas. Éxitos y derrotas.
Me da vida, en todo su esplendor.
Porque este río es así, repleto de las cosas sencillas de la vida que me llenan el alma.
Porque este río es así,
mi lugar en el mundo.
Como era ella...
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.