MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

09-04-2021

Claroscuros de un amor imposible

Claroscuros de un amor imposible

El paraíso lo prefiero por el clima; el infierno, por la compañía.

Mark Twain

Encendió un cigarrillo y se dispuso a escribir. Muchos de sus momentos comenzaban prendiendo ese rollito de tabaco, que concentra todas las propiedades necesarias para disponer el clima.

Dio una pitada y abrió el ICQ, ese viejo programa precursor de lo que hoy son la pila de aplicaciones a través de la cuales se puede conocer gente...

Eran épocas de muy poco dinero, pero la cuenta de Internet se mantenía pagada porque resultaba vital para su trabajo. Y por eso, él aprovechaba ese abono para conocer gente. Porque no había ni una moneda para hacerlo por otro medio.

“Los cigarrillos negros, la cerveza amarga, el vino tinto. Me gustan las cosas que dejan huella”, volcó en el espacio para escribir como modo de presentarse.

Un “Hola” pudo leer en su pantalla como primera respuesta.

Eran tiempos en los que aún se disfrutaba de cierto juego de seducción y por eso el devenir de la fantasía fue lento, paulatino, saboreado en cada mensaje que esperaba respuesta del otro.

Facilitada por el delay que en ese entonces internet tenía, la espera era quizá, lo más erótico de la comunicación entre ellos.

“Ahora me subo a vos, que estás tendido en el piso, a mi absoluta merced”, escribió ella en algún momento en que la fantasía había trepado hasta ese punto de intimidad carnal.

“Me quedo quieto y te miro moverte”, contestó él.

“Me muevo denso, lento, cada vez más fuerte, hasta que estés al borde…", replicó ella.

Y en un segundo mensaje agregó: "...y saco una daga y te corto el cuello”.

Se quedó mirando la pantalla unos instantes y finalmente él tipeó: “…”

“Te asustaste”, fue la respuesta de ella.

“No, me morí para vos”, fue el pre pensado cierre de la “intro” que habían sido los puntos suspensivos.

No hay duda alguna de la oscuridad ella, podría pensarse. O hacerlo pasar por simple fantasía, si se siente la necesidad de “justificarla”.

Lo cierto es que ella vivía en un mundo realmente oscuro. Cantante de un grupo de música gótica, no era un personaje el que ponía en acción sobre el escenario. Era su forma de vivir.

Vida que se desplegaba casi exclusivamente de noche, a tal extremo de tener que salir tapada durante el día, aun en pleno verano, por lo blanco y sensible de su piel.

Pero un modo de vivir que después de la (un tanto siniestra) fantasía que había llevado a cabo a través de la pantalla, dejaba entrever cierta necesidad de ese sol del que ella rehuía.

Y por eso, con el cigarrillo virtual del quedarse abrazados después, la charla tomó otro rumbo.

Y compartieron lo que cada uno estaba viviendo. Ella, esa vida extraña y todo lo que eso suponía; él, el momento difícil que estaba transitando.

Una charla abierta, profunda. Como si hubieran sido amantes desde hacía mucho, como si hubieran compartido la cama con la suficiente frecuencia como para que lo sexual que mediara entre ellos fuera sólo una parte de lo que sobre el imaginario piso habían desplegado.

Una charla que trajo otra al día siguiente y una más en la que convinieron encontrarse...

El escritorio de su despacho, que medió entre ellos durante la charla ahora real, terminó siendo el asiento en el que ella, ya del otro lado, abría mucho más que sus piernas frente a él.

Y el piso de esa oficina fue el perfecto sustituto de aquél virtual sobre el cual habían tenido su primer encuentro.

Pero no hubo dagas ni cuellos sangrando.

Hubo conexión entre dos mundos, completamente diferentes, entre el de un padre que estaba criando a sus hijas solo, en medio de una situación económica desastrosa y el de una cantante con una crisis personal que desplegaba su arte en góticas mazmorras.

Pero que allí, tirados en el piso azul de una empresa en crisis, habían sido tan sólo un hombre y una mujer entregados a la intimidad de sus almas, abandonados por completo a ese universo que crearon juntos en el cual podían encontrarse sus diferentes mundos.

Dos mundos que inevitablemente volverían a vivir en paralelo, en muy distintas constelaciones de luces y sombras personales, pero que ambos sostuvieron mezclados durante el tiempo que necesitaron para aceptarlo, mientras se daban mutuamente un respiro al momento que a cada uno les estaba tocando vivir.

Y así fue que un día cualquiera, que él ya no recuerda, ella volvió a sus catacumbas a cantar y él a llevar a sus hijas al parque.

Fue una historia fugaz, casi efímera, que duró muy poco tiempo aquí en la Tierra.

Pero con la suficiente eternidad para que cada tanto, él encienda un cigarrillo y con una sonrisa visceral, se deje llevar a ese universo alternativo,

que tiempo atrás,

construyeron juntos…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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