10-07-2017
Lo que está mal está mal, aunque lo haga todo el mundo, lo que está bien está bien, aunque nadie lo haga.
El autor
En el Teatro Colón debe haber más de 1200 luces. Tan sólo la araña de bronce central cuenta con 735 lamparitas. Si una de esas 735 se quemara, dudo que fuera posible que un tipo que está esperando que el espectáculo comience notara que hay menos luz y le comentara a su mujer: “Che, se ve menos, no?”. Casi puedo afirmarlo.
Nadie notaría que hay una lamparita que ya no emite su luz, pero la realidad cambió, es indiscubtible que hay menos luz. Aunque nadie se dé cuenta...
Pero si fuera al revés, si todo estuviera oscuro y tan sólo una luz se encendiera, muy probablemente a muchos les llamaría la atención y girarían la cabeza para ver “qué pasó”.
...
Desde que tenemos conciencia más allá de nuestros propios ombligos (rebuscada forma de llamar a la conciencia social), definitivamente no nos gusta el Mundo en que vivimos.
Ya tenemos 20 años y maduramos. A poco de andar con los ojos levantados comenzamos a ver la injusticia, la miseria, el egoísmo, la maldad y todas las atrocidades que la historia pasada y actual nos pone frente a nosotros a diario. Y entonces, repletos de ideales, comenzamos a soñar con cambiar el Mundo, con hacer de este espacio en el que respiramos a diario, un Mundo –al menos– “mejor”.
Planeamos anotarnos en Greenpeace, alistarnos en los Cascos azules de la ONU, estudiar medicina para poder ser parte de Médicos sin fronteras...
A la mayoría de nosotros, la Vida “nos lleva” por otros caminos y nos vamos alejando de estos planes hasta olvidarlos. O peor. Las mierdas que nos tocan ver y vivir en el camino van haciendo que uno termine mandando todo ideal de un Mundo mejor al reverendo carajo porque total, lo que yo haga, no hace a la diferencia.
Ya tenemos 30 y maduramos. Ya sabemos que los “grandes males” del Mundo son y serán parte de la historia de la Humanidad. Todavía nos quedan ideales, pero más mundanos, más de acá cerquita. Nos planteamos ser honestos, buena gente, solidarios.
Y la Vida nos devuelve traiciones, egoísmos, desagradecimiento. Nos cruza gente en el camino que nos jode de una u otra manera. Y terminamos descreyendo de todo, de absolutamente todo.
Ya tenemos 40 y maduramos. Ya sabemos que el amor tal como lo soñamos no existe, que la fidelidad es una utopía, que la honestidad no te lleva a ningún lado, que la gente que querés te caga, que un amigo te traiciona por guita, por una mina, o por jodido nomás.
Saben qué? Estoy podrido de tanto madurar. Repodrido.
Es verdad que muchas veces me siento solo caminando en este gigantesco teatro a oscuras que el Mundo es, pero veo que hay más lamparitas por ahí. Algunas que ya conocía y otras que se encienden llamando mi atención. Algunas que yo mismo colaboré para fabricar y alguna otra que me dio vida. Un puñado que me acompaña desde hace muchos años iluminando mi vida y otras nuevas que vienen y me aportan más luz, más energía.
Ya tengo 50 y me dí cuenta de que nunca maduré. Nunca perdí mis deseos de cambiar el Mundo. Jamás apagué mi lamparita y desde ese entonces, cuando mi joven e idealista humanidad se llenó de ganas de poner su grano de arena, lo logré. Cambié el Mundo.
Porque sigue siendo un lugar oscuro, pero la realidad es otra, aunque muchos no lo noten. Porque unos cuantos giraron la cabeza hacia mí, a unos cuántos sí logré llamarles la atención.
No me enlisté en los Cascos azules ni fui parte de Médicos sin fronteras, pero todos los días trato de dar lo mejor de mí hasta donde mis brazos llegan.
Voy por la Vida con mi lamparita encendida. Amo franca y honestamente, me entrego a la gente que quiero, me gano la guita laburando, soy agradecido con aquellos que me dan, entiendo la amistad como “estar”, renuevo mi fe en este Mundo de mierda a diario y le permito a mi Quijote que pelee cada día con mi lado House, por muy loco que esto parezca.
Por eso es que voy a seguir apostando al amor, a la amistad, a la honestidad, la solidaridad, a todo eso que encuentra energía para brillar entre tanta oscuridad gracias a las lamparitas que andan por ahí prendidas.
Voy a seguir peleando con los molinos de viento hasta que recupere la cordura, tal como pasa con el Don de la Mancha, sólo para morir. En la esperanza de ganarme el epitafio que todo el tiempo digo que quiero grabado sobre mi tumba:
Un tipo que siempre trató de hacer las cosas bien...
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.