14-01-2017
Durará tanto como lo cuides.
Lo cuidarás tanto como lo quieras.
El autor
Hogar, dulce hogar. Jardín, hermoso jardín. Y ahí estamos, bien “plantados”, cuidando nuestra plantita, ésa que nos acompaña en la vida. Pero es agotador, realmente agotador. Por mucho que la amemos, hay momentos en los que nos sentimos cansados.
Porque es cada día, todos los días. Y son muchos los días de una vida.
El cansancio es absolutamente inevitable...
Pero si queremos que esa plantita viva, vamos a tener que regarla, vamos a tener que cuidarla –por muy agotador que sea– aunque sea un poquito cada día. Vamos a tener que ocuparnos de ella. O se va a marchitar sin remedio.
Por algún motivo que desconozco, si bien todos estamos de acuerdo con esta idea, a la hora de ponerla en práctica, la vamos desmereciendo. Le vamos quitando importancia al gesto de cariño, al abrazo, al beso porque sí.
Y un día cualquiera, nos encontramos con la maceta vacía…
…
En el pasillo del PH en el que vivo, a ambos lados de la puerta de mi casa, tengo dos ficus plantados en macetones que alguna vez compramos en el Puerto de frutos, en Tigre.
Hace un tiempo una de las macetas se tapó y el agua de lluvia de una noche se acumuló. Salía para el trabajo cuando lo vi. Volvía del trabajo cuando lo vi. Así, durante días. Pensando, cada vez, que después “me ocuparía” del tema.
Incluso Juana, mi vecina, me lo advirtió:
–Se va a empezar a pudrir –me dijo una tarde que nos cruzamos en el pasillo.
–Sí, ya sé –contesté.
Yo, que todo lo paso por la metáfora, me quedé pensando: “Sí, se va a “pudrir” (se va a cansar) si no vuelvo a ocuparme de él”.
Pero no hice nada… ni idea por qué… realmente no lo sé…
Pasaban los días y el ficus estaba cada vez peor. Es el día de hoy que no termino de entender por qué tardé tanto en reaccionar. Tal vez por mi condición de humano, tal vez por estúpido, no lo sé.
Cuando finalmente decidí “ocuparme”, una parte del ficus estaba irremediablemente dañada. Algo de él había muerto. Pero estaba el tronco, el alma, si se quiere.
Destapé la maceta, saqué el agua, removí parte de la empapada y le agregué un poco de tierra seca. Me ocupé. Eso es todo. Día a día fui podándole los pedacitos que estaban muertos, regándolo cuando lo necesitaba, sacando de la maceta las hojitas caídas. En fin, cuidando todo lo que había quedado en pie.
Hoy tiene mi altura. Tiene alguna que otra “cicatriz”, pero está pleno, lleno de vida.
Puede que haya épocas en las que dejamos de cuidar, a pesar de darnos cuenta, a pesar de que nos avisen. Y no sabemos por qué, pero no logramos ocuparnos del otro. Tal vez por humanos. Tal vez por estúpidos.
Pero siempre hay un momento en el que se empieza a notar que ese ficus se está marchitando. Ese preciso momento es, tal vez, la última oportunidad que tenemos de volver a cuidar. Porque todavía está el tronco, el alma, si se quiere.
Somos humanos. Somos estúpidos por naturaleza.
Pero si aprendiéramos a reaccionar antes de que se pudra y tan sólo volver a ocuparnos un poquito cada día,
podríamos ver cómo ese amor,
aún con cicatrices,
puede seguir tan vivo como siempre…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.