MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

10-12-2021

La non Santa Inquisición

La non santa inquisicion

Si no creemos en la libertad de expresión para la gente que despreciamos, no creemos en ella para nada.

Noam Chomsky

Para todo aquél que haya leído mis notas sobre la censura y/o siga mi página de Facebook es más que conocida mi acérrima defensa de la libertad de expresión.

Cada vez que alguien me insulta sin argumentos o agrede sin sentido a los demás lectores, son varios los que chocan con mi convicción cuando me aconsejan bloquear a esos infelices y les respondo que hasta esa clase de gente (y peores) tienen el derecho a expresar lo que se les ocurra, aun cuando eso sea nada más que un agravio o una descalificación.

Ahora bien...

Cuando critico furiosamente la censura, uno de los motivos que esgrimo es que censurar supone un cierto acto de soberbia, al pretender que los demás necesitan ser “protegidos” de lo que un tercero pueda decir. O peor: que los demás son tan débiles que serán influenciados al punto de pasar a la acción dejándose llevar por lo que se conoce como “discurso de odio” o “apología de la violencia”.

En una mini charla con Patricia Álvarez, una lectora asidua, cuestioné su idea de que debe haber un límite a la libertad de expresión. Pero no dejé de decir que era todo un tema, porque incluso yo mismo tenía argumentos para apoyar su postura e ir en contra de la mía.

Voy a empezar por ahí.

Por muy desagradable que sea aceptarlo, es absolutamente cierto que los idiotas (por ser muy, pero muy suave en mi expresión) abundan.

Es la única explicación para que un mequetrefe de un metro y medio, que estaba vivo de pedo porque en la Primera Guerra Mundial alguien le había perdonado la vida, pudiera convencer a miles de imbéciles (sigo siendo suave) para matar millones de personas en pos de “purificar” la humanidad. Sobre todo, cuando ese reverendo hijo de puta no tenía ni uno de los rasgos de la supuesta “raza superior”.

Del mismo modo, hicieron falta miles de tarados (me está costando esfuerzo ser suave) para imponer la fe en un Dios por el camino de apalearte y quemarte en la hoguera si no habías sido “bendecido” con la fe cristiana.

Unos cuántos débiles mentales (estos sí dignos de lástima) son los que fueron víctimas de aquel Jim Jones que logró el famoso suicidio en masa en noviembre de 1978.

Podría poner cientos de ejemplos en los cuales las palabras de un tipo o de una mina surtieron negativo efecto en la realidad concreta.

Por lo cual parecería razonable “poner límites” a la libertad de expresión, ya que su ausencia bien podría conducir a desastres como los que mencioné.

Pero cuando uno dice “hay que poner límites” usa una forma de expresión que omite la parte más importante de esa sentencia: el sujeto.

Porque la pregunta es QUIÉN es el que puede decidir qué se puede decir y qué no. Qué es peligroso manifestar y qué no. Quién debe ser callado y quién puede hablar libremente.

A todo aquél que en este momento esté pensando en darle el poder al criterio de “la mayoría”, sintiéndose el gran demócrata, lo invito a que revise la Historia para ver cuántas veces han sido justamente las mayorías las arrastradas a disparates.

Hace unos días, en un post que contaba las “desgracias” que tuvo que “sufrir” Sharon Stone cuando comenzó su carrera y algunos cuestionaban el “relato”, una mujer comentó: “A la mujer hay que creerle siempre”.

Junté toda la auto represión de la que soy capaz cuando amerita controlarse y sólo cuestioné en formato de pregunta.

“No hay mujeres mentirosas en el mundo?”, escribí.

Lo que pasó a pocos minutos de haber plasmado mi comentario fue el fruto de este nuevo chiste contemporáneo: la posibilidad de ser todos Tomás de Torquemada, el gran Inquisidor.

En realidad, la posibilidad de ser todos alcahuetes del Gran Inquisidor. Y así es como la muchacha cuestionada, absolutamente disgustada por mi supongo que a su disparatado juicio, “misógino” comentario, me “denunció”.

El Digital Inquisidor le cree a sus fieles sin cuestionarlos y, como corresponde, castiga al hereje.

Y así fue como desde lo más alto del Tribunal me informaron de la sentencia: 24 horas de censura. 24 horas de calladito la boca, como decía mi abuela. 24 horas de “pa´ que aprenda”.

Como algunos pudieron ver en mi página, la censura duró sólo un par de horas, que fueron las que tuve que invertir para hacerle entender al Gran Bonete que no había motivos para encender la hoguera.

Pero hace un tiempo, quitaron de circulación un post que decía “Un feminismo basado en el odio al varón no se hará en mi nombre” y que incluso tenía algunas aclaraciones que yo había escrito explicando que no se trataba de negar el machismo, ni la violencia, ni los abusos. Que sólo se trataba de un post que apelaba a no usar el odio como método de reclamo.

Y esa vez, nada pude hace al respecto. A miles (y no exagero ni un poco) les desapareció el post que habían compartido en su muro. A miles les taparon la boca. Miles fueron quemados en la digital hoguera que comanda el Rey de las redes sociales...

La censura nunca termina en nada bueno, sea quien sea quien se encargue de “poner límites” a la libre expresión. Por la sencilla razón de que siempre termina siendo un límite arbitrario y sometido al capricho ideológico de quien detente ese poder.

Sin necesidad de llegar a ejemplos extremos, en la época del Gobierno militar, un disco fue prohibido porque en la tapa había una mujer con velos traslúcidos. La gigantesca ironía es que el disco era de música sacra.

Así, así de imbéciles son los que terminan teniendo el poder para “poner límites”.

Y es que en aquella época “libertad era un asunto mal manejado por tres, libertad era almirante, general o brigadier”. Y eran ellos quienes decidían los “límites”.

Pero antes de eso, en pleno gobierno constitucional, ya un “Tato” (que no era Bores) se ganaba el apodo de “Señor tijeras” porque en sus manos estaba recortar de las películas toda imagen que ÉL juzgara impropia para poder verse en el cine.

A la vez, no lo niego, infinidad de personas en el mundo son lo suficientemente “puntos suspensivos” como para pasar a una acción cualquiera sin el más mínimo cuestionamiento moral, simplemente porque su referente ideológico los convocó a hacerlo.

Los ejemplos que puse al principio son lo bastante horrorosos como para temer que esas cosas vuelvan a pasar.

Pero no quiero un mundo en el cual un Gran Inquisidor pueda decidir que “Imagine” es una canción peligrosa o que le prohíba a un Marx contemporáneo escribir su Manifiesto.

No quiero un mundo en el que se callen opiniones porque son homófobas, discriminadoras, insultantes, denigrantes, misóginas, androfóbicas, de “cabeza de termo” o de “gorila”, de extrema derecha o izquierda.

Quiero un mundo en el cual alguien pueda decir que “habría que matar a todos los escritores” sin que lo censuren, pero que le rompan el culo si tiene la osadía de pasar a lo físico, aunque sólo sea para golpearme con un palito.

Quiero un mundo en el cual no corramos el riesgo de que callen a un Martin Luther King, a una Teresa de Calcuta, a un Nelson Mandela, a una Rigoberta Menchú o a un Mahatma Gandhi.

Aunque ese mundo suponga correr el riesgo de que alcen la voz un Adolfo Hitler, una Eva Braun, un Benito Mussolini, un Charles Manson o cualquiera de las mujeres de su “linda familia”.

Cuando se vive, no se puede evitar correr riesgos.

Cuando se vive en sociedad, menos aun.

Habrá que decidir qué riesgos se quieren correr.

En lo personal, prefiero soportar las palabras que convocan a la guerra y, desde mi absoluta libertad de expresión, pelear contra ellas.

Porque no quiero correr el riesgo de que los encargados de “poner límites” de turno silencien aquellas voces que,

incansablemente,

llaman a la Paz…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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