16-01-2020
Oíd mortales, que no es Dios quien les habla.
El autor
Para poder escribir, necesariamente debo leer. Y en ese leer, muchas veces me llama la atención la reiteración de algunas ideas plasmadas en toda clase de cartelitos, de ésos en los cuales el autor nos enseña a vivir.
Una de las ideas que se repite todo el tiempo es la de libertad. A cada rato alguien la publica en formato de águilas desplegando sus alas, días radiantes de primaveral sol o algún boludo con los brazos abiertos en la cima de una montaña con el atardecer de fondo...
Una idea que siempre está planteada como el acceso a un universo sin límites de ningún tipo, donde –como en The Matrix–, todo es posible. Una libertad sin fronteras, ni externas ni internas. Una libertad tal que ni el mismo Dios la debe haber imaginado así, o no hubiese ordenado tantos mandamientos ni declarado capitales a determinados pecados.
En fin, una libertad de la gran puta...
Siempre asociada a términos como volar, fluir, dejar ser...
Y ahí vamos todos en busca de ese ideal, saltando desde precipicios inventados, fluyendo en cuencas imaginarias y permitiéndonos ser... (qué mierda querrá decir permitirse ser).
Andamos por la vida saltando como la nena del comercial de la vieja publicidad de Dánica, repitiendo que era para untar para que ese ridículo salticado tenga algún sentido y no se note que en realidad vamos por ahí como pelotudos sin rumbo.
Y entonces llega, desde la oscuridad en la que se encontraba escondida... la opresión. Todo eso a lo que le endilgamos la culpa de acabar con nuestra maravillosa libertad.
Y se instala en nosotros en forma de pareja, hijos, laburo... una mierda, mirá vos.
Por eso llamamos cárcel al matrimonio, esclavitud a la paternidad y yugo diario al trabajo.
Volar, fluir, dejar ser... todos imposibles.
La carencia de alas de los humanos barre con el primer concepto, la condición de sólido con el segundo y el vicio de criticar despedaza cualquier intento serio de aplicar el tercero.
Quizá si entendiéramos que la libertad es, en el plano de lo real, la posibilidad de elegir y nada más que eso, solamente eso, podríamos relajarnos un poco y dejar de andar a los saltitos como pelotudos buscando desplegar alas que no tenemos.
En una de ésas, si en lugar de buscar tanto "volar" como pajarones pusiéramos los pies sobre la tierra, lograríamos ver la vida desde una perspectiva menos idealizada y más humana.
Tal vez si comprendiéramos que ser libre es un concepto absolutamente dinámico cuyo significado se va adaptando al momento de vida en el que estemos, nos bancaríamos mejor las consecuencias de nuestras elecciones. Y hasta, quién te dice, aprenderíamos a disfrutarlas.
Dejaríamos de llamar “bruja” a nuestra mujer, “tiranos” a nuestros hijos y “esclavo” al trabajo.
Podríamos disfrutar de caminar la vida con sueños compartidos, tendríamos una permanente sonrisa al ver crecer a nuestros vástagos e iríamos a trabajar con la satisfacción de saber que nos estamos “ganando la vida”, como decía mi abuela.
Y entonces quizá sí se instalaría en nosotros ese sagrado grito y podríamos andar por ahí repitiendo satisfechos “libertad, libertad, libertad”.
Y tal vez podríamos sentir cómo nuestra vida realmente fluye por primera vez en un dejar ser que,
en una de ésas,
hasta nos permita volar...
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.