MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

04-07-2019

Ejércitos de salvación del mundo

Ejercitos

Yo no soy el ano de nadie.

Marcelo Cascarini

Cuando cursaba mi carrera de Psicología era común que alguien te preguntara: “Vos sos freudiano, lacaniano o kleiniano?”

Un día tomábamos café con el citado Marcelo y alguien nos hizo esa pregunta. Y antes de que yo comenzara a explicar que no era un fanático, que trataba de pensar por mí mismo y que si bien podía tener una línea de pensamiento determinada, trataba de analizar lo que cada autor planteaba como teoría y rescatar de cada uno lo que me pareciera piola y que no por eso dejaba de ver las fallas que esos autores pudieran tener… antes de que yo me explayara de semejante manera, Marcelo –con un poder de síntesis fenomenal– contestó lo plasmado en el epígrafe: “Yo no soy el ano de nadie”.

Brillante….

La reflexión que quiero plasmar hoy vale para una pila de temas sociales actuales, pero voy a usar el ejemplo de la alimentación porque creo que tenemos problemas que se han hecho “carne” en nuestros tiempos. Y a mí me gustan los juegos de palabras.

La cosa es más o meno así:

Después de mucho tiempo de ser omnívoro, una mañana me levanto y decido comenzar una nueva etapa de mi vida. Ya no voy a comer carnes rojas. Dos días después decido que mejor… no voy a comer ningún tipo de carne. Y cuando alguien me pregunta al respecto, contesto: “SOY vegetariano”.

Pero me mando un café con leche a la mañana con un omellette. Así que en realidad, SOY ovo-lacteo-vegetariano.

Tres días después de haber visto cómo tratan a los animales en ciertos criaderos, decido que no voy a comer nada que derive de ellos. Y ahora, SOY vegano.

Hasta acá, ningún problema. Como lo que se me canta el culo bajo el mismo imperio del reclamo pro ley del aborto: mi cuerpo, mi decisión. Y acá no hay ninguna otra vida en juego que no sea la mía. Así que nadie puede obligarme a comer animales o derivados de ellos.

Pero por alguna razón, tal vez la mala alimentación, me empiezo a poner jodidito con los que siguen comiendo carnes. Y al rato, ya me pongo violento. Y me paso por las bolas el cuerpo del otro y su decisión de engullir animales.

Porque es un hijo de puta que sostiene la nefasta industria de las carnes y derivados. Porque es un desalmado que no le importan los patos, los pollos, las vacas y demás animalitos de Dios que la pasan como el culo hasta que los matan para que el muy sorete se los devore con salsa tártara.

Y entonces pinto las paredes de carnicerías con frases como “Violencia es comer carne”, sin preocuparme demasiado por la violencia que supone pintarrajearle la pared a un tipo que sólo está laburando. Porque total, ese hijo de puta también es un asesino.

No me cuestiono ni un poquito dónde mierda plantaríamos todos los vegetales que harían falta si el mundo entero decidiera comer sólo eso, o qué pedazo de desequilibrio ecológico se armaría si todos los animales que matamos a diario comenzaran a reproducirse libremente, pero bueno, yo soy sano y empático con los animales. Después vemos.

Y mientras tanto, si algún boludo se anima a plantearme cosas como las que acabo de escribir, no tengo por qué razonar: lo tildo de ignorante mientras yo no tengo ni idea, lo mando a leer mientras yo me recorto la barba millenial y posteo algún meme boludo en Instagram, y le critico su falta de empatía con los bichos con la derecha mientras con la izquierda rocío el raid contra cucarachas por toda mi casa (que no son animales, son insectos asquerosos y merecen morir por feos).

Y de última, lo cago a palazos al violento de mierda y se terminó.

Y cuando algún otro estúpido me diga que con mi criterio deberíamos comer piedras porque “está comprobado” que las plantas también sienten, le contesto que no tiene nada que ver y listo.

O sea, no tengo ninguna necesidad de ponerme a pensar. Tengo pilas de modernos recursos para hacer que se calle la boca, incluido el permiso para ser violento con aquellos que yo decido que son violentos.

Sigmund Freud, aquél hombre de la época victoriana, ese pavo que desarrolló la teoría del psicoanálisis a tal punto de ser el cimiento de todos los avances que se hicieron en esa área de la condición humana, escribió un muy largo artículo llamado “Psicología de las masas y análisis del yo”. Es mucho más complejo de lo que voy a rescatar, pero una de las cosas que rápidamente se pueden inferir al leerlo es la sentencia por todos conocida que dice que “las masas no piensan”.

Nunca piensan. Actúan.

Vivimos en la época de los ejércitos: cualquier cosa en la que estemos más o menos de acuerdo se transforma en nombre del ejército, uniforme del ejército y lo que es peor, ideología del ejército. O sea, subordinación y valor. En criollo: “Poné huevos para hacer lo que te ordeno. No pienses. No cuestiones. No discutas. Hacé.”

Puede que en una guerra tenga algún sentido, porque no creo que sea muy operativo que un general grite “a la carga” y un soldado le diga: “Lo pensó bien? No deberíamos esperar un rato?”, mientras otro grita “De ninguna manera!” y un tercero dice “Repleguémosnos!”

Pero a la hora de pensar y no de matarnos unos a otros, cualquier orden militar atenta contra ese pensar. Masificarse en ejércitos atenta contra el yo. Dejás de ser persona y te transformás, como diría el erudito Marcelo Cascarini, en el culo de otro.

Porque lo loco es que el momento en el que decidís que SOS vegetariano, vegano o el ano que se te cante el culo (valga el juego de palabras) es el mismo momento en el que, paradójicamente, dejás de SER.

Y si todos vamos a transformarnos en masas de nuestras ideologías para combatir lo que creemos que está mal en este mundo y para eso vamos a ser violentos, irracionales, enemigos del diálogo, siempre dispuestos a seguir las órdenes del “general” sin que nadie pueda cuestionar nada, va a pasar lo inevitable.

Y yo no quiero dejar de ser.

Si ustedes quieren levantar los brazos, adelante. Yo me quedo con los míos cruzados.

Porque por muy “nobles” que creamos que son nuestras actitudes, si no paramos a pensar un poco, tengan por seguro que lo único que vamos a generar,

como pasa con todos los anos,

es más mierda…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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