08-06-2018
La gente obtiene lo que obtiene, no tiene nada que ver con lo que merece.
Dr. House
Quien haya leído alguna nota en la que yo haya opinado sobre los cartelitos enseñadores de cómo vivir que son posteados en Facebook, sabe perfectamente cuánto me rompe las pelotas la infinita mayoría de ellos...
Porque muchos, muchísimos, son de un nivel de dogmatismo tan estúpido, tan vacío de contenido, tan carente de toda reflexión previa, que parecen generados más por una fábrica de chorizos que por un ser humano que se haya sentado un rato a pensar, a tratar de ver la panorámica del tema sobre el que quiera expresarse, sabiendo que no es posible alcanzar verdad absoluta alguna, pero poniendo todo su ejército de neuronas en intentarlo.
No son para nada, como pretenden, una síntesis de un proceso de pensamiento. No. Son sólo frases boludas que la mayoría de nosotros parecemos reprobados en comprensión de textos a la hora de leerlos y creer que encierran alguna forma de saber. Suenan bien y más de una vez, “calzan” con la que estamos viviendo y por eso las tomamos por válidas sin más trámite. No porque nos hayan puesto a reflexionar (nadie tiene tiempo para estar perdiéndolo en pavadas como “pensar”) sino porque nos dan, aunque sea por un instante, una sensación de “es cierto, che”, que hasta hace que las compartamos, para que sean más los iluminados por semejante reflector de sabiduría...
O peor aún. Nos pegan ahí, en los lugares donde tenemos puntos débiles y nos creemos que por el sólo hecho de compartir el pensamiento, vamos a transformarnos en eso que, mal que nos pese, no somos. Porque es más barato y menos esforzado que ir a terapia para ver qué mierda hacemos con estas cosas nuestras que nos joden, pero que no podemos controlar.
Freud decía que había que prestarle mucha atención a los dichos populares porque eran el producto de la sabiduría adquirida por los pueblos a través de generaciones, condensados en una frase, sencilla, pero repleta de contenido.
Pueblos... generaciones...
No por un estúpido autoerigido en sabio porque alguien se dio cuenta de su “carisma” (o de cuán boludos podemos ser) y puso un mango para promocionarlo como tal. No por una tarada que se acostó con el indicado productor televisivo que la catapultó a escribir sobre el amor, la vida, los hijos, la astrología, la numerología y la boludología cuando todavía está tratando de aprender a caminar sobre sus tacos sin que se le doblen los tobillos.
Freud era un tipo que hablaba bien clarito, porque pensaba un poco antes abrir la boca. Y dijo “muchos” pensando, “mucho” tiempo.
Aún hoy admiro maravillas publicitarias como “hay cosas que el dinero no puede comprar”. O al cartero que ayudaba al cliente a escribir la carta para rematar preguntando “qué más podemos hacer en Oca para que enviar una carta le sea cada vez más fácil”. Pero eran eso: publicidades. Frases falaces buscando vendernos un producto. Un producto más o menos bueno, más o menos acorde a lo prometido. Y de última, uno que podía ser cambiado por otro si al enfrentarnos a su desnuda realidad, no lograba satisfacer las expectativas generadas por esos comerciales.
Diferente es cuando el que “nos dice” nos está vendiendo autoestima (qué parajoda que alguien pretenda darte algo “auto”), felicidad, paz interior…
Porque si compramos la idea de que todo llega en el momento justo, es muy probable que tengamos la tendencia a rascarnos las pelotas porque, total, ya “va a venir”.
Porque si logran convencernos de que merecemos ser felices, así, porque sin conocernos el que lo postea lo decide, puede que nos inclinemos a amargarnos de más si en ese momento de nuestra vida no la estamos pasando bien, preguntándonos por qué, si nos merecemos ser felices, la estamos pasando como el mismo ojete.
Y porque si llegamos a creernos que hay un Universo que escucha, puede que andemos por la vida gritando cada vez más fuerte, en lugar de trabajar en silencio para intentar alcanzar eso que deseamos que el Universo nos provea.
Lo cierto es que si me llevo como el orto con la edad que tengo en este momento, ningún cartelito boludo va a convencerme de que es la mejor etapa de la vida. Sobre todo porque veo diez cartelitos con la misma frase que hablan de diferentes etapas, ajustados a la edad del/la boludo/a que lo postea.
Claro… Quién, que tenga 45 años, va a subir una frase que diga “la mejor etapa de la vida son los 30”? Quién me va a decir que estar sin pareja es una porquería, si está solo? Quién, por el amor de Dios, se va a atrever a postear “Si tu vida hoy es una mierda, sabé que en una de ésas sigue así hasta el día que te mueras, porque no todo depende de vos, changuito”.
Pero saben qué?
En una de ésas, si dejamos de jugar a las Nachas Guevara poniéndonos frente al espejo para decirnos “me gusta ser mujer” golpeándonos el pecho como si eso sirviera para generar la autoestima que no tenemos, si dejamos de creernos que porque el amigo Claudio María nos repita incansablemente (incansable él, yo ya tengo los huevos al plato de escucharlo) que somos genios y que valemos, eso pasa a ser cierto por arte de magia... si paramos un poquito para leer detenidamente, poniendo más que dos neuronas en acción, quizá, sólo quizá, tengamos la oportunidad de aprender a distinguir una frase que pueda inspirarnos, motivarnos, ayudarnos de alguna manera en este trámite que es vivir, de aquellas que son sólo el producto de la fábrica de chorizos.
Porque si nos seguimos morfando todo, no va a haber paratropina que alcance para mitigar el malestar estomacal con el que vamos a vivir cada vez que esos cartelitos de los que hacemos una Biblia se vengan en banda por vacíos de contenido.
Tal vez, si dejamos de creernos que el Universo escucha, empecemos a trabajar.
Quizá, si empezamos a disfrutar del camino, nos dejemos de joder con la edad que tenemos.
En una de ésas, si dejamos de estar sentados, las cosas lleguen antes del “momento justo”.
Y si logramos “soltar” a los Claudios y Nachas, tal vez, sólo tal vez, logremos entender que los únicos mecánicos que pueden arreglar las cosas rotas de nuestro “auto” somos,
nada más,
ni nada menos,
que nosotros mismos...
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.