MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

01-02-2017

Yo, el vidente

Yo el vidente

Pregúntate si lo que estás haciendo hoy te acerca al lugar en el que quieres estar mañana.

Walt Disney

En una escena casi intrascendente de Vidas bandidas,  Bruce Willis llega al refugio de estos dos ladrones de bancos con una mina, violando el código de seguridad que ambos tienen; esto es, nada de terceros. Billy Bob Thornton mira la mina (Cate Blanchett, divina) y le dice a Joe, el personaje de Bruce Willis:
–Sabés lo que pasa con nosotros, los inteligentes? Tenemos una vida aburrida.
Y agrega:
–Porque que siempre, casi sin margen de error, sabemos por anticipado lo que va a pasar...

Vivimos –cada vez más– mirando apenas el siguiente metro que vamos a caminar. Andamos con la vista baja y sólo levantando la cabeza para sorprendernos de las cosas que “pasan” y que nos llegan como si una pared hubiese aparecido de repente en nuestro camino y nos rompiéramos la frente por culpa de esta pared que, guacha de mierda, apareció de la nada.

Paso a paso vemos lucecitas que se van encendiendo mientras caminamos y, con absoluto desdén, nos hacemos un “caño” a nosotros mismos y dejamos que pasen por entre nuestras piernas, para dejarlas atrás, donde ya no las vemos.

...

Hace muchos años le regalé una plantita a la que era mi reciente novia. Cuando una semana después la plantita “se” había muerto, le dije a una amiga, mientras tomaba un café con ella:
–Esta mina no sirve. No sabe cuidar.
–Vos sos el mismo tajante de mierda de siempre –me contestó.

Le expliqué que, en mi opinión, cuando una relación recién comienza, en ese estado de enamoramiento donde el otro es perfecto, es im-po-si-ble que se te muera una plantita que ese perfecto te regaló, a menos que seas alguien que no sabe cuidar... nada.

Mi amiga insisitó en recordarme que yo era un jodido que andaba por la vida dictando sentencias y, como lo que decía era lamentablemente cierto, decidí volver a mirar sólo el siguiente metro a caminar.

Sí, obvio. Llegó el día en que “apareció” la pared y me partió la frente.

Por boludo. Por cagón. Por no haber dejado la cabeza levantada y, por poco que me hubiera gustado en ese momento, haber tomado la decisión de caminar hacia otro lado, porque el tamaño de la pared que estaba viendo allá, no tan lejos, era de tal dimensión que a la larga me iba a imposibilitar seguir adelante. Y cuando ese momento llegara, iba a querer desandar el camino andado para poder agarrar para otro lado. Lo cual en la vida no es posible. Porque no se puede ir para atrás en el tiempo, no se puede hacer la de Volver al futuro 2 y regresar para crear un futuro alternativo. Por lo cual, lo único que iba a pasar era lo que pasó: garpé con creces las consecuencias del “frentazo”.

No fue ni la primera ni la última vez que me rompí la cabeza contra la pared, obvio. Tengo unas cuantas cicatrices en la frente. Algunas bien, bien marcadas. Y cada vez que apareció una pared en mi camino, protesté. Me enojé con Dios, la vida, el destino, el universo y con todo lo que fuera “no yo”...

Un día decidí empezar a mantener la cabeza levantada porque no quería sentir más que las cosas que me pasaban, me pasaban por boludo. Y desde entonces ando por la vida con la frente en alto, disfrutando de lo que veo que viene cuando es bueno, preparándome para lo que se acerca cuando no.

Eso hizo que hasta no hace mucho creyera que yo era  Billy Bob Thornton, el inteligente que puede ver “más allá” y saber, sin mucho margen de error, qué es lo que va a pasar.

Saben qué?

No es así. De ninguna manera tengo algo de especial. No soy ni un poquito más inteligente que los demás. No tengo ninguna capacidad particular que me permita vaticinar la que se viene.

Todos tenemos esa habilidad, todos podemos levantar la cabeza y mirar hacia dónde vamos. A todos se nos encienden luces en el camino que nos anuncian un par de kilómetros antes con qué curva de la vida nos vamos a encontrar.

No hace falta tener una visión digna de un adivino ni viajar en el tiempo hacia adelante o que una bruja nos cuente nuestro futuro para poder ver hacia dónde caminamos.

Hay muchas paredes que se pueden evitar y muchas cosas que se pueden empezar a disfrutar mucho antes de que lleguen y la solución es muy fácil.

Sorprendentemente fácil.

Sólo se trata de levantar la cabeza,

mirar hacia adelante,

y dejar de hacernos los boludos...

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.

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