MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

06-03-2017

Si decido irme...

Si decido irme

Y si nos quedara poco tiempo. Si mañana acaban nuestros días...

Chayanne, Si nos quedara poco tiempo

Todos hemos pasado en algún momento por jugar mentalmente con la hipótesis de qué es lo que haríamos si nos enteráramos que nuestra vida tiene fecha de vencimiento próxima. Si alguien –en general es un médico el desgraciado portador del vaticinio– nos dijera: “Chango, vaya poniendo sus cosas en orden, así por lo menos lo recordarán como un tipo prolijo”.

Hay pilas de películas al respecto. Montones de frases. Enormes cantidades de canciones...

Es una idea fuertísima. Tal es así que hace unos años esta hipótesis –planteada en un momento preciso por la persona precisa– cambió el curso de la que en ese entonces era mi vida. Y eso sólo por la hipótesis.

Una hipótesis metafórica. Usada para transmitir lo profundo de un afecto. Y con eso alcanzó para que yo aceptara cambiar mi camino. Así de poderoso puede ser el planteo...

Como es lógico, cada vez que jugamos con tamaño devaneo filosófico, metemos la mano al bolsillo y sacamos, cual Minguito Tinguitela, la arrugada lista de “pendientes”. Ésa en la que tenemos escritas toooodas las cosas que vamos a hacer algún día, antes de partir de este mundo.

Tomar clases de canto, aprender a tocar el piano, conocer las Ruinas de San Ignacio, hacer bungee jumping... o cualquier boludez que no hayamos hecho hasta el momento, ya sea por falta de guita, tiempo o simplemente cojones para hacerlo.

Y, no conformes con eso, le agregamos un sinfín de items que no estaban en la nómina original pero que, ante la supuesta inminencia del fin de nuestros días, no estaría nada mal poder llevar a cabo, aunque en la puta vida nos hayamos acordado ni de la existencia de estas posiblidades.

Visitar el Taj Mahal, bucear en el  Great blue hole en Belice, escalar el Himalaya, besar la mano del Papa, sacarnos una foto con Messi... todo esto sin tener en cuenta en lo más mínimo que el Taj Mahal está en la loma del orto y cuesta una fortuna el pasaje, que la agorafobia no nos dejaría sumergirnos ni tres metros y que no tenemos estado físico ni para subir al bondi.

Entonces nos ponemos afectivos y decimos cosas como “pasaría más tiempo con mis hijos”, “disfrutaría más de la música que me gusta”, “contemplaría más amaneceres”, “le diría a esa mujer cuánto la amo”...

En lo personal, tengo una lista enorme...

Disfrutaría el café de la mañana, iría bien temprano al laburo para disfrutar de esa tranquilidad de la madrugada mientras trabajo en lo que hago, sonreiría por las vidas que están viviendo mis dos hijas y la prestada, tomaría una copa de vino mientras cocino, me haría un rato para escribir, iría a pescar un día en medio de la semana para disfrutar de estar solo con el río, cantaría en el baño las canciones de Drácula a voz en cuello, prepararía algo rico un sábado a la noche para juntarme con el grupete de “pendejos” que adoro, me tomaría unos mates con alguna amiga, iría a Bahía –la parrillita a la vuelta de casa– a cenar con otros, me juntaría con ese amigo para charlar hasta la cuatro de la mañana de nuestra “lista de temas”, discutiría de política, de la vida o de lo que sea con esa otra mientras me bajo una Heineken, o dos... tal vez tres.

Andaría en bolas por mi casa cuando esté solo, bailaría como los dibujitos de South Park y me cagaría de risa de mí mismo por lo ridículo que me veo, vería un capítulo de House disfrutando que sé los diálogos de memoria, leería algún libro. Si dan Matrix por la tele, la vería por vez número sesenta, repetiría frases de películas o publicidades imitando a los actores para que mis hijas se caguen de risa de mis desvaríos.

Haría el amor en el sillón o sobre la mesada de la cocina con “esa” mujer...

Vería algunos videos en Youtube de gente cantando en American Idol, iría a lo de mi vieja a instalarle un antivirus en su compu y mientras voy, manejaría un rato como un pendejo pelotudo esquivando autos mientras escucho y canto a la par  de “You´re the one that I want, imitando la aguda voz de Travolta.

Me fumaría un habano mientras sonrío en silencio pensando en las cosas que están realmente bien en mi vida y dejaría caer algunas lágrimas por las que no...

Sí, nada nuevo. La misma vida de siempre...

Qué pelotudo, no?

No.

Pelotudo, realmente pelotudo, sería si tuviera que esperar a que alguien me dijera que me voy a morir pronto,

para recién entonces,

poder disfrutar de estar vivo…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.

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