MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

06-12-2018

No, no sos lindo

No sos lindo

Belleza para mí es sentirme cómoda con lo que soy. Eso, o unos labios rojos que pateen traseros.

Gwyneth Paltrow

Les presento una serie de palabras que quise plasmar como introducción de esta nota: feo, desagradable, asqueroso, nauseabundo, incapaz, infradotado.

Ya las conocen? Qué raro! Porque son palabras que nadie puede decir...

Pero a pesar de eso, son palabras que existen. Y por qué? Por lo mismo que existen las demás palabras: hay “algo” que existe y necesitamos ponerle un nombre para poder entendernos. Pero el hincapié quiero hacerlo en esto: e-xis-te. Ya sea una cosa, un sentimiento o hasta un pensamiento abstracto, existe. Y por eso tiene una palabra que lo nombra.

Y así, “feo” es aquello que es percibido como por fuera de los cánones de belleza de la época en la cual se esté, desagradable es aquello que, por el motivo que sea, genera desagrado, asqueroso es lo que produce asco, nauseabundo lo que provoque ganas de vomitar, incapaz es la falta de capacidad e infradotado es la condición de menos dotado en relación con una media estadística.

Qué me pasa? Decidí jugar al maestrito ciruela con el diccionario bajo el brazo?

No. Un poco de paciencia y comenzarán a entender a qué voy con todo esto.

Cualquiera que haya visto “Dumbo, el elefante volador” va a comprender lo que quiero plantear.

En la historia, Dumbo es un elefante orejón del que todo el mundo se ríe, peeeero… como no podía ser de otra manera, resulta que el elefantito termina pudiendo usar esas orejas nada más ni nada menos que para poder hacer flotar por el aire la tonelada y media que pesa.

Muy lindo. En el mundo de la fantasía. En el mundo real, sólo sería un elefante orejón, con unos cuantos problemas más que el hecho de que se rían de él.

Bien. Con la autoestima me parece que estamos haciendo la “gran Dumbo”. Se ve que es un don que escasea y tal vez por eso nos inventamos realidades fantásticas para ver si así la conseguimos. Tenemos una orejotas que podríamos escuchar una frase susurrada en Alaska pero nos convencemos que vamos a poder volar.

Mejor aún: todos los “normales” nos van mirar desde el suelo, admirándonos y envidiándonos las pantallas que Dios pegó a los lados de nuestra cara de elefante.

Y entonces (y acá van a empezar a entender) decimos pelotudeces como que todos somos lindos, todos tenemos las mismas capacidades, todos los cuerpos son hermosos y un sinfín de pavadas que lo que me preocupa es que las terminamos creyendo.

Y si la realidad es tan, pero tan obvia que no podemos convencernos de que somos tan sexies como Ryan Gosling (según mi hija mayor lo es), entonces sacamos de la galera de la estupidez al otro gran conejo: tenemos “otras” cosas que compensan, que hacen que no tenga nada que envidiarle al protagonista de Diario de una pasión. Y entonces me convenzo de que tengo cejas sensuales, una sonrisa matadora o cualquier otra virtud que es tan agradable como la simetría de la jeta del actor.

En esa desesperación por poder soportar que Messi es un superdotado en lo futbolístico, que el vecino juega bárbaro, que nuestro hermano más o menos la mueve y que nosotros no podemos patear ni un lata, nos repetimos el mantra de que tenemos “otras” capacidades, como si eso compensara que siempre nos eligen últimos a la hora de formar equipos. O al menos fuera cierto.

Y no queremos aceptar que mi hermano tiene las mismas capacidades que yo y, además, juega bien al fútbol.

Cuando se nos hace cuesta arriba tolerar lo buen mozo que es el cabrón de Hugh Jackman o el maldito Brad, decimos que todos somos hermosos con diferentes estilos, como si eso me levantara el párpado caído o transformara mi asimétrica cara en una suerte de perfección geométrica.

Y así vamos inventando una humanidad que no existe y que es la que nos va a despedazar cuando la bendita realidad golpee a nuestra puerta.

Porque es muy diferente ser feliz porque te chupa un huevo que la madre naturaleza no te benefició en lo estético ni te dio el cociente intelectual de Einstein, a construir tu autoestima sobre la base de creer que sos un Adonis que no sos o un tipo con unas capacidades que no tenés.

Porque, mal que nos pese, Dios, la Madre Naturaleza o quien sea que hace el “reparto” no nos compensa. No es que a Messi le da la habilidad de mago y a mí me hace genio de las matemáticas. De ninguna manera a Brad lo hace atractivo y a mí me dota como para ser estrella porno. No. En unas de ésas, me toca ser feo, poco inteligente y con un pito que haga que necesite creerme la mentira de que el tamaño no importa para poder soportarlo cada vez que lo veo cuando lo saco para mear.

Y la gracia está en que no por eso yo debería disfrutar menos de la vida o ser menos valioso como ser humano. Pero ni una cosa ni la otra va a cambiar la realidad de mi fealdad, poco vuelo intelectual y pito corto.

Porque lo loco es que en una época en la que cuestionamos los valores estúpidos, al mismo tiempo queremos entrar todos en los mismos estúpidos valores. Y por eso decimos pavadas como que todos los cuerpos son hermosos.

Cuando construimos sobre fantasías, estamos condenados a comernos el mismo garrón que se comería Dumbo en el mundo real: darnos la cabeza contra el piso cada vez que nos tiremos del techo intentando volar.

Porque cuando nos creemos galanes de cine y no nos mira ni la cana cuando nos hace una multa, cuando nos eligen últimos para el equipo, cuando nos cuesta la tabla del siete, toda la autoestima se va a la mierda y caemos más hondo que Alicia en el agujero del conejo.

Y eso por qué? Porque no valemos? No, para nada. Eso pasa porque queremos valer por cosas que no somos, porque decimos que la belleza física no importa y al mismo tiempo decimos que somos todos bellos, mientras Dove te vende jabones y cremas con modelos con diferentes cuerpos, pero todas muy agradables a la vista, mientras hacemos desfiles de talla grande, pero con minas con una distribución fantástica de ese exceso de peso, mientras nos apabullan con comerciales que presentan una diversidad racial completa, donde no falta ni el indígena de la isla Sentinel del Norte, pero con rostros muy bien elegidos para lucir “naturalmente bellos”.

Dejemos de tratar de inventar un mundo que no existe.

Dejemos de decir pelotudeces que no sirven para nada.

Porque cuando queremos inventar una igualdad que no existe pasan dos cosas feítas: me doy la cabeza contra el pavimento cada vez que quiero volar y me pierdo la oportunidad de ser feliz a partir de ver qué cosas sí me hacen valioso.

Dejemos de negar la realidad y aceptemos que hay feos y lindos, superdotados e infradotados, cuerpos hermosos y otros no tanto.

Si sólo fuera hipocresía, ni me gastaría en opinar al respecto. Si sólo fuera algo que se dice porque es lo políticamente correcto, no me preocuparía. Reservaría mi opinión para aquellos con los que puedo hablar sin tapujos y no escribiría ni una línea al respecto.

Pero veo todo el tiempo un intento social de borrar las diferencias en lugar de aprender a aceptarlas y eso sí me preocupa.

Hugh Jackman es más buen mozo que yo, baila mejor que yo, canta mejor que yo y en una de ésas, la tiene enorme.

Pero como dice el comercial de Pepsi Black: y qué?

Porque saben una cosa? Hay algo en lo que ni Hugh Jackman, ni Messi, ni Brad Pitt son mejores que yo.

Ninguno de ellos,

ni por asomo,

es mejor que yo siendo yo...

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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