MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

13-04-2018

El camino a casa

El camino a casa

Y mi estrella polar se perdió en el firmamento, y por más que intento no la puedo encontrar.

Sôber, Estrella Polar

Cuentan que en la Antigüedad, en esas épocas carentes de toda tecnología, la estrella polar era la que oficiaba de faro a la hora de que los navegantes quisieran volver a casa. Era esa estrella la que les permitía saber cuál era el camino de regreso. Era esa estrella la que desde el cielo sacaba al navegante de su condición de “perdido” y le daba la calma que supone saber cuál es el sendero que lo llevaría de vuelta al lugar de donde partió: su casa, su hogar. El lugar donde la sonrisa es calma y el alma retoza. Donde la luz es tenue y el clima cálido. Donde la paz es vino y el amor es cena...

Es parte de la condición humana pasar por épocas en las cuales uno se siente perdido. Sin rumbo seguro. Angustiado por lo incierto del camino. Épocas en las que buscamos desesperadamente a esa estrella polar que se perdió en el firmamento para poder encontrar el camino a casa, nuestro lugar en el mundo. En el que vamos a poder descansar antes de salir a navegar nuevamente.

Tiempos en los que el barco zozobra en medio de confusas tormentas, bajo espesas nubes que ocultan toda estrella posible. Momentos de la vida en los que volver a casa es sólo regresar a las paredes que la sostienen y no al hogar que nos nutre de vida.

No hay paz en el vino ni amor en la cena.

“Casa” es tan sólo una cama donde cerrar los ojos por un rato, sabiendo que cuando despiertes y vuelvas a abrirlos vas a seguir sin ver, como si no hubiera cambio alguno al levantar los párpados.

Épocas en las que navegar es realmente difícil. Momentos en los que la amenaza de naufragio es una neblina permanente que nos acompaña a cada paso que damos, en cada día que encaramos, después de ese rato de cama en el que lo último que encontramos fue descanso...

...

Como todos, pasé muchas veces por esos momentos en mi vida.

Hubo épocas en las ni siquiera encontraba el timón. Y que cuando lograba encontrarlo, de todas formas no tenía idea de hacia dónde navegar. Porque por más que mirara al cielo, las nubes eran tan espesas que me resultaba imposible encontrar la estrella que me ayudaría a volver a casa.

De todas maneras, seguí navegando.

De todas formas, aún con la angustia de no saber el rumbo, mantuve las manos firmes sobre el timón y soporté vendavales.

Seguí cantando en el palo mayor de mi barco mientras la lluvia me partía la jeta, en la confianza de que en algún momento, se despejaría el cielo y Polaris podría guiarme nuevamente…

A veces, las cosas están más cerca de lo que uno cree.

Porque un día cualquiera, bajé la vista y me encontré con la mirada de mis hijas. Dos nenas con los ojos repletos de confianza. Con sonrisas incrustadas en las pupilas. Con cálidas brisas que acariciaban mis mejillas con cada parpadeo de sus pestañas.

Y la sensación de certeza de que saldría adelante fue tan fuerte que la guardé para siempre en lo más profundo de mi ser.

Desde entonces, cada vez que estoy perdido, cada vez que el rumbo es incierto, cada vez que la tormenta me nubla la vista, dejo de mirar al cielo y busco el cofre de tesoros de mi alma.

Porque es precisamente ahí donde están guardadas las miradas de mis hijas.

Y así como los fenicios usaban a Polaris, yo encuentro en esos ojos el camino que,

invariablemente,

me lleva de regreso a casa...

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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