MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

18-10-2018

Confesiones a un amigo

Confesiones a un amigo

Mientras tenga un porqué, puedo soportar cualquier cómo...

Friedrich Nietzsche

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Y mientras tenga un para quién, también. / El autor
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–Tengo que hacer un trabajo fotográfico para el curso que estoy haciendo –me dijo. Y agregó:
–Quieren que cuente una historia en imágenes. Y quiero contar la tuya.
–Gracias –contesté–. Decime qué tengo que hacer.
–Nada. Yo vengo en diferentes horarios y vos hacés lo que hacés todos los días, sin darme pelota –me explicó.
–Ok –cerré.

Así fue que hace unos cuantos años atrás, en medio de la que quizás haya sido la peor época de mi vida, mi amigo Fabio documentó, en un trabajo fotográfico que tanto él como yo publicamos hace un tiempo, la “diaria” de aquellos días.

Y cuando tuvo que elegir un nombre para ese álbum, optó por llamarlo “La Roca”, en un simbolismo que graficaba lo que a su juicio era mi capacidad para resistirlo todo.

No fue hasta mucho tiempo después que me enteré de esa elección, cuando, en esos días en que uno repasa su historia, me metí en internet y ví las imágenes allí subidas bajo ese título.

Me gustó, obvio. Sentí la valoración de alguien que quiero y me sentí bien conmigo mismo gracias a la mirada de mi amigo.

Fueron tiempos difíciles. Muy. Y está bueno que alguien diga que te la bancaste bien.

Pero no satisfecho aún, lo llamé y le pregunté lo que yo ya sabía, pero que quería escuchar para que mi autoestima se alimentara todavía un poco más. Y así fue que habló un corto rato (no es de hablar mucho) acerca de la dureza con la cual enfrenté la que me tocó vivir.

Me sentí Bruce Willis frente a mi amigo y a todo aquél que entrara al álbum dejando que se piense que la cualidad más grande a la que apelé en esa época fue a mi capacidad para ser “duro de matar”.

Cuando hace poco escribí sobre esas fotos lo que esas imágenes despertaban en mí, sentí que de alguna manera pagaba una deuda que tenía con él, ya en aquél entonces no pude más que subir una poesía que le había escrito a mis hijas.

Hoy quiero terminar de pagar esa deuda y por eso, he aquí mi carta a mi amigo, he aquí mi confesión.

Querido amigo:
Nunca fui un duro. Jamás...

Tal vez me gustó tanto escucharte decírmelo que no fui capaz de oponerme en su momento, dejando que mi ego se inflara mientras me sentía el Vin Diesel del sur del continente.

Pero la verdad, esa verdad que me apasiona desnudar cada vez que puedo, es que no fue la rudeza de la piedra lo que me ayudó a ponerle el pecho a aquellos vientos. Todo lo contrario. Fueron mis partes más blandas, las más porosas, las más “débiles” si se quiere, las que me sirvieron de paradójico escudo.

Porque en esos tiempos en los que bien sabés que me levantaba a diario a una realidad de mierda, toda la fuerza necesaria para seguir construyendo la absorbí de mis hijas. Esas nenas que, sin ninguna conciencia de lo jodido del momento, me sonreían al levantarse, me bombardeaban la cabeza con sus historias del colegio y del jardín mientras tomábamos la leche, me pedían que les contara historias de mi vida mientras cenábamos y volvían a sonreír al acostarse diciéndome, cada noche, que yo era el mejor papá del mundo. Frase que me repetían a diario, haciendo caso omiso a que yo les contestara –cada vez– que me alcanzaba con ser un buen papá para ellas.

Eran los huecos de esa roca los que traían los nutrientes para ser fuerte. Eran mis partes más blandas las que se dejaban moldear por estas escultoras, capaces de redibujar mi ceño fruncido arqueándolo hacia arriba al hacerme sonreír.

Eran agujeros de esa piedra los oídos que llevaban hasta lo más profundo de mi ser, cual suero energizante, sus risas, sus cuentos, su alegría de vivir. Eran también agujeros de la roca los ojos que las veían jugar, cantar, dibujar.

Y fueron los miles de poros los que dejaron pasar la energía que me dio el cariño de los que me acompañaron en esos días, entre los cuales estuviste, en mucho más que contar mi historia con fotos.

No, Fabio, amigo mío.

No sabés lo bien que me hiciste sentir con el apodo, pero nunca fui la Roca por lo duro.

Fui y soy la Roca por todo lo blando,

permeable,

repleto de agujeros que soy...

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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